de las plantas de una
serpiente
justo ahí
envuelta a la vanidad
en los días,
suspenso,
viajes bañados con
el color sucio del hierro
del suelo de autobuses
guiados sin
fracción ni tambo,
hay vueltas y
ruedas
sobre las banquetas hasta
que
alguien muere.
Entonces se entienden
las voces
en los intestinos
y nos gritan con espanto dentro de la piel.
Pero perecen las llagas
en las plantas del pordiosero
reciclado sobre la
basura esperando el
final o el principio,
tal vez,
la luz.
Sus cabellos adheridos
a la mierda en los papeles
con los que los limpios se
han limpiado el culo y
el méndigo se revuelca en esa suciedad
y dispara saetas con los ojos,
los perros huyen de su lado,
mientras el día lo baña con un aire
tibio y cortante.
Así
aparece la música y el
chasquido de la inercia de
la vida que no se detiene a
contemplar al pobre limosnero.
Canciones advertidas en
otro momento cuando al fin
sacamos los libros y
las cajas se quedan vacías,
bolsas llenas de escombro o
una espera infinita para
pronunciar la palabra que
no sea sólo un gemido.